Con el corazón destrozado, la inocente Georgina Anderson estaba desesperada por regresar a su hogar en América del Norte. Dejando sus penas en las costas de Inglaterra, abordó de manera desafiante un barco norteamericano, disfrazada de camarero, para servir al capitán James Malory. Malory, un atractivo ex pirata, la oveja negra de una orgullosa familia, había jurado que nunca ninguna mujer lo llevaría al matrimonio. Pero en alta mar, él será vencido por una gran belleza, cuyo amor por la libertad, la independencia y la aventura rivalizarán con él, y por una pasión arrolladora que sumirá a ambos en una vorágine de placer, peligros y amor.
Descargar
No juzguéis el libro por la portada
Este libro es genial. Te ríes mucho con esta pareja, sobretodo con él. Y los dos son como una baja de bombas y no sabes donde van a salir.
También lo recomiendo!
Si era la colonia del capitán lo que la afectaba así, no había motivos
para no decírselo. Estaba pensando que habría debido mencionarlo antes cuando chocó contra él
en la cubierta inferior.
El estómago le dio un vuelco, provocándole una mueca de contrariedad que no pudo
disimular a tiempo.
- ¡Ajá! - exclamó James Malory al verla -. Pareces haberme adivinado el pensamiento,
George.
- ¿Por qué, capitán?
- Por tu expresión. Has adivinado que quiero hablar seriamente contigo sobre tus hábitos de
baño...o, mejor dicho, sobre el hecho de que nunca te bañas.
Georgina enrojeció de indignación.
- ¿Cómo se atreve...?
- Oh, vamos, George. Ya sé que para los jovencitos de tu edad el baño es una tortura
horrorosa. Yo también fui niño, ¿sabes? Pero como compartes mi camarote...
- No porque yo lo haya pedido - adujo ella.
- A pesar de todo, hay ciertas normas que respeto.
Entre ellas, el aseo personal o, por lo menos, el olor a limpio
Arrugó la nariz en señal de enfado. Si Georgina no se hubiera sentido tan furiosamente
ofendida, habría estallado en risas, sobre todo después de lo que acababa de hablar con Mac.
¿Así que a él le molestaba su olor? ¡Cielos, que ironía! Hasta se hará justicia si ello también le
provocara náuseas.
El capitán continuó:
- Y como tú no has hecho el menor esfuerzo por respetar mis normas...
- permítame decirle que...
- No vuelvas a interrumpirme, George - la atajó, con tono más autoritario -. El asunto ya
está decidido. De ahora en adelante, usarás mi bañera para asearte correctamente no menos de
una vez por semana, o con más frecuencia si te parece. Comenzarás hoy mismo. Y eso, jovencito,
es una orden. Así que te sugiero que pongas manos a la obra ahora mismo, si tu gazmoñería te
exige hacer esas cosas en la intimidad. Dispones de tiempo hasta la hora de la cena.
Ella abrió la boca para protestar contra esa nueva arbitrariedad, pero la elevación de la
detestable ceja dorada le recordó que no debía desobedecer una orden.
- Sí, señor - respondió, remarcando señor con el mayor desprecio.
James, con el ceño fruncido, la vio alejarse a paso firme, preguntándose si no acababa de
cometer un error colosal. Había creído hacerle un favor ordenándole darse un baño y, al mismo
tiempo, garantizándole la intimidad para hacerlo. Como la había vigilado estrechamente, sabía que
no se había permitido la higiene completa desde el comienzo del viaje. Pero no ignoraba, por su
larga experiencia, que las mujeres, en especial las de buena crianza, adoraban bañarse. Estaba
seguro de que Georgie no se arriesgaba por puro miedo a ser descubierta. Por lo tanto, él se
encargaría de obligarla a hacer lo que tanto deseaba.
Lo que no esperaba era verla tan indignada por eso. Aunque si hubiera pensado con
suficiente claridad, cosa que últimamente le estaba resultando difícil, podría haber evitado la
indignación de la joven.
<<¡Cómo puedes decirle a una señorita que huele mal, pedazo de idiota!>>, se reprochó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario