Sucedió en otoño
Las Wallflower son un grupo de jóvenes unidas por el deseo de conseguir marido. Le ha llegado el turno a Lillian Bowman, pero sus modales de americana independiente no son bien vistos. El más crítico con ella es el pomposo Marcus, que sin embargo un día la toma en sus brazos. Ella se siente desbordada por la pasión que experimenta hacia ese hombre, pero ¿cómo puede él tomar como esposa a una mujer tan inadecuada?
Sin duda, el libro más divertido de toda esta saga. La relación amor-odio entre los personajes es brutal y en muchas ocasiones te hacen reir con las pullas que se lanzan.
Un muy buen libro
—¿Qué... qué es eso? —preguntó Lillian sin dirigirse a nadie en articular, incapaz de
apartar la mirada de aquella repugnante visión
—Cabeza de ternera—respondió una de las damas en un tono de divertida
condescendencia, como si aquello fuese un ejemplo más del poco refinamiento de los
americanos—. Una de las exquisiteces inglesas. No me diga que nunca la ha
probado...l
Esforzándose por mantener una expresión indiferente, Lillian meneó la cabeza sin
decir palabra. Se encogió cuando el criado abrió las humeantes mandíbulas de la
ternera y cortó la lengua. ..
—Algunos afirman que la lengua es la parte más deliciosa—continuó la dama—,
mientras que otros juran que los sesos son, con diferencia, lo más sabroso. Yo, por mi
parte, encuentro que, sin alguna, lo más exquisito son los ojos.
Los propios ojos de Lillian se cerraron con repugnancia ante semejante revelación.
Notó que el amargo sabor de la bilis ascendía por su garganta. Nunca había sido una
entusiasta de la cocina inglesa, pero por objetable que encontrara algunos platos en
pasado nada la había preparado para la repulsiva visión de la cabeza de ternera. Abrió
un poco los ojos y miró a su alrededor. Al parecer, por todos lados se trinchaban,
abrían y fileteaban las cabezas de ternera. Los cerebros se servían con cucharas sobre
los platos; las mollejas se cortaban en rodajas...
Lillian estaba a punto de vomitar.
Al sentir que la sangre se retiraba de su rostro, Lillian dirigió la mirada hacia el
otro extremo de la mesa, donde Daisy contemplaba, con vacilación las porciones que
estaban siendo depositadas ceremoniosamente sobre su plato. Muy despacio, Lillian se
llevo la esquina de su servilleta hasta la boca. No. No podía permitirse vomitar.
Colocaron delante de ella un platito que contenía unas
cuantas rodajas de... algo... y un gelatinoso globo ocular con base cónica que rodó
como al descuido hacia el borde.
—Dios bendito...——susurró Lillian, cuya frente comenzó a llenarse de sudor.
Una voz fría y calmada pareció atravesar la nube de náuseas.
—Señorita Bowman...
Lillian siguió con desesperación el sonido de la voz y vio el rostro impasible de
lord Westcliff.
—¿Sí, milord? —preguntó con voz ronca.
El conde pareció elegir sus palabras con inusual cuidado.
—Disculpe lo que sin duda le parecerá una petición algo excéntrica, pero da la
casualidad de que este momento es el más apropiado para contemplar una rara
especie de mariposas que habita en la propiedad. Aparece sólo a primera hora de la
noche, cosa que, por supuesto, se sale de lo habitual. Es posible que recuerde que ya
se lo mencioné en alguna conversación previa.
—¿Mariposas? —repitió Lillian, que tuvo que tragar repetidas veces para contener
las náuseas.
—Tal vez me permita conducidas a usted y a su hermana hasta el invernadero,
donde se han visto nuevos capullos. Para mi desgracia, será necesario que nos
ausentemos durante este plato, pero regresaremos a tiempo para que disfrute del resto
de la cena.
—Mariposas —repitió casi sin aliento—. Sí, me encantaría verlas.
—Y a mí también——dijo Daisy desde el otro extremo de la mesa. Se puso en pie al
instante, lo que obligó a los caballeros a levantarse cortésmente de sus sillas—. Qué
considerado por su parte recordar nuestro interés en los insectos autóctonos de
Hampshire, milord.
Westcliff fue a ayudar a Lillian a levantarse de su asiento.
—Respire a través de la boca —susurró.
Pálida y sudorosa, ella obedeció.
Todas las miradas estaban posadas en ellos.
(...)
Lillian casi había sucumbido a las náuseas cuando Westcliff la condujo hasta uno
de los invernaderos del exterior. El cielo había adquirido una tonalidad purpúrea y la
oscuridad reinante tan sólo se veía aplacada por las estrellas y el brillo de los faroles
recién encendidos. Cuando el aire limpio y fresco de la noche llegó hasta ella, comenzó
a inhalar profundamente. El conde la acompañó hasta una silla de respaldo de caña,
demostrando así mucha más compasión que Daisy, que estaba recostada contra una
columna y no cesaba de estremecerse, presa de unos irrefrenables espasmos de risa.
—Por todos los santos... —jadeó Daisy mientras se enjugaba las lágrimas que la risa
había provocado—. Tu cara, Lillian... Te habías puesto totalmente verde. ¡Creí que ibas
a echar los buñuelos delante de todos!
—Yo también lo creía— respondió Lillian entre temblores.
—Doy por supuesto que no le agradan mucho las cabezas de ternera—musitó
Westcliff al tiempo que se sentaba a su lado. Se sacó un pañuelo blanco de la
chaqueta y secó con él la empapada frente de Lillian.
—No me agrada que la comida me mire justo antes de que me la meta en la boca—
.contestó Lillian, conteniendo la náusea.
Daisy recuperó el aliento lo suficiente para decir:
—Vamos, no digas bobadas. No te miró más que un instante...—Hizo una pausa
antes de añadir—: ¡Hasta que le vaciaron los ojos!——y se deshizo de nuevo en
carcajadas.
Lillian miró a su risueña hermana echando chispas por los ojos antes de cerrarlos
con debilidad.
—Por el amor de Dios, ¿tienes que...?
—Respire por la boca —le recordó Westcliff, que siguió enjugándole el rostro con el
pañuelo, llevándose así los últimos restos del sudor frío—. Pruebe a bajar la cabeza.
hola! sabes donde puedo leer el libro online? gracias
ResponderEliminarLo siento, no lo sé.
EliminarMuchas gracias!!!
ResponderEliminarHola, quisiera saber donde puedo comprar el libro o leerlo en algun lado.. no lo consigo por ningun lado... lo sabes?
ResponderEliminar