lunes, 12 de septiembre de 2011

Escenas de libros: Pilladas in fraganti en ropa interior


Esta escena de Secretos de una noche de verano de Lisa Kleypas me encanta...
Simplemente sin palabras. Compruébenlo por vosotras mismas.

—Probablemente no debería preguntar, pero ¿qué demonios están haciendo? 
    Esas palabras sacaron a Annabelle de su parálisis. Desde luego, no podía quedarse allí de pie y 
conversar con él vestida tan sólo con la ropa interior. Sin embargo, su dignidad —o lo que quedaba de 
ella le exigía que no emitiera un chillido estúpido antes de correr a por su ropa tal y como habían hecho 
Evie y Daisy. Satisfecha con esa idea caminó con rapidez hacia su abandonado vestido y lo Sostuvo 
frente a ella mientras se giraba para enfrentarse a Simón Hunt una vez más.  
        —Estábamos jugando al rounders —explicó, aunque su voz sonó bastante más aguda que de 
costumbre. 
 Hunt echó un vistazo a su alrededor antes de clavar la vista en ella una vez más. 
 —¿ Y por qué...? 
 —No se puede correr de forma adecuada con faldas —lo interrumpió Annabelle—. Cualquiera 
diría que es algo obvio. 
   Al escuchar el comentario, Hunt apartó la mirada con premura pero no antes de que ella pudiese 
atisbar el súbito destello de su sonrisa. 
    —Puesto que nunca lo he intentado, tendré que aceptar su palabra al respecto. 
 Por detrás de ella, Annabelle escuchó cómo Daisy le recriminaba a Lillian: 
 —¡Creí que habías dicho que nadie venía jamás a este prado! 
 —Eso fue lo que me dijeron —replicó Lillian con voz apagada al tiempo que se introducía en el 
círculo de su vestido y se inclinaba para subirlo de un tirón. 
 El conde, que había permanecido callado hasta ese momento, dijo unas palabras con la mirada 
deliberadamente fija en el horizonte.  
 —Su información era correcta, señorita Browman —dijo de forma controlada—. Este terreno es, 
por lo general, poco frecuentado. 
        —Muy bien, ¿entonces por qué están ustedes  aquí? —quiso saber Lillian con un tono tan 
acusador que hizo parecer que ella, y no Westliff, era la dueña de la propiedad. 
   La pregunta consiguió que la cabeza del conde se girara con asombrosa velocidad. Le dedicó a la 
chica americana una mirada de incredulidad antes de apartar la vista una vez más. 

 —Nuestra presencia aquí es producto de una simple casualidad- dijo con frialdad—. Hoy deseaba 
echar un vistazo a la parte norte de mi propiedad. —Le dio a la palabra «mi» un énfasis sutil pero 
inconfundible—. Fue cuando el señor Hunt y yo recorríamos el camino que las oímos gritar. Creímos que 
lo mejor sería investigar lo que sucedía y nos acercamos con la intención de ofrecer ayuda si era 
necesario. No teníamos ni la más remota idea de que ustedes estarían utilizando este prado para... 
para... 
     —Jugar al rounders en pololos —terminó Lillian al tiempo que metía los brazos en las mangas del 
vestido. 
   El conde, al parecer, fue incapaz de repetir aquella ridícula frase. Se giró con su caballo y dijo de 
forma cortante por encima del hombro: 
     —Planeo sufrir de amnesia en los próximos cinco minutos. Antes de que lo haga, les sugeriría
en el futuro se abstuvieran de llevar a cabo actividades que supongan andar en cueros fuera de sus  
aposentos, ya que puede que el siguiente transeúnte que las descubra no se muestre tan indiferente 
como el señor Hunt o yo mismo. 
 A pesar de la mortificación, Annabelle tuvo que reprimir un bufido de incredulidad ante el 
comentario del conde sobre la supuesta indiferencia de Hunt, por no mencionar la suya propia. Desde
luego, Hunt había conseguido echarle un buen vistazo. Y si bien el escrutinio de Westcliff había sido má
sutil, a Annabelle no se le había pasado por alto que le había echado una buena mirada a Lillian antes
de girar su caballo. 
(...)


 —De todos los hombres que podrían habernos descubierto de  esta guisa —dijo Annabelle con 
disgusto—, tenían que ser esos dos. 


   Se miraron todas con una expresión de desdén compartido hacia los visitantes y, de pronto, 
Annabelle prorrumpió en unas irreprimibles carcajadas. 
    —Estaban sorprendidos, ¿no os parece? 
      —Pero no tanto como nosotras —contestó Lillian—. Lo que importa ahora es cómo seremos 
capaces de volver a miradas a la cara. 
      —¿ Cómo volverán a miramos ellos? —argumentó Annabelle—. Nosotras estábamos ocupadas 
con nuestros propios asuntos... ¡Los intrusos eran ellos! 
      —Tienes mucha razón... —comenzó Lillian, pero se detuvo al escuchar un sonido ahogado que 
procedía del lugar donde habían merendado. 
 Evie se retorcía sobre la manta mientras Daisy, de pie, la miraba con los brazos en jarras. 
 Annabelle corrió hacia la pareja y le preguntó consternada a Daisy 
 —¿ Qué ocurre? 
 —La vergüenza ha sido demasiado para ella —dijo Daisy—. Le ha dado un ataque. 
 Evie rodó sobre la manta con una servilleta a modo de escudo sobre el rostro, al tiempo que una 
de sus orejas adquiría el color de las remolachas en vinagre. Cuanto más trataba de contener las 
carcajadas peores se volvían éstas, hasta que empezó a jadear frenéticamente entre risas. De alguna 
manera, consiguió pronunciar algunas palabras. 
—¡Vaya introducción ap—aplastante a los juegos de campo!—Y, después, volvió a resollar entre 
espasmos de risa mientras las demás la contemplaban. 

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