lunes, 12 de septiembre de 2011

Saga Chinooks 2: Jane juega y gana de Rachel Gibson

JANE JUEGA Y GANA

ÉSTA ES JANE...
Un tanto desilusionada, bastante terca y cansada de acudir a citas a ciegas con hombres poco interesantes, Jane Acott parece llevar la típica existencia de mujer soltera en una gran ciudad. Sin embargo, tiene una doble vida. Durante el día es una periodista deportiva, encargada de seguir a un equipo de hockey, los Chinooks de Seattle –y especialmente a la estrella del mismo, el portero Luc Martineau. Durante la noche, es escritora, la creadora secreta de las escandalosas aventuras de Bomboncito de Miel, una serie de la que todos los hombres hablan.

Y AHORA ESTÁ DISPUESTA A JUGAR...
Luc tiene clara su opinión acerca de esos parásitos llamados periodistas; incluida Jane. Pero si cree que va a conseguir que la vida de Jane sea un infierno... ¡lo lleva claro!

Y A SEDUCCIR...
Además, desde que tiene uso de razón se ha visto a sí mismo como un hombre soltero. Lo último que necesita es una reportera entrometida que escarbe en su pasado y se interponga en su camino. Pero desde el momento en que ve como esa mujercita se despoja de su vestimenta negra y gris, tan aburrida y poco atractiva, y se pone ese vestido rojo pasión que le vuelve loco, se da cuenta de que puede haber mucho más detrás de Jane de lo que ésta deja ver.

Quizá sea el momento de arriesgarse. Quizá sea el momento de experimentar todas esas fantasías. Quizá sea el momento de...VER COMO JANE GANA

Me encanta este libro. Muy divertido y ameno. Escenas muy bien contadas y bien descrito sin llegar a cansar. Personajes muy buenos, sobretodo los dos protagonistas.
Jane es una chica normal y corriente, humilde y trabajadora. Porque como he dicho siempre la perfección aburre en cuanto a personas, y esta novela no deja a nadie indiferente.
Abrió su bolso y metió en él el cuaderno y el bolígrafo. Se encaminó al vestuario de los 
Chinooks mostrando el pase de prensa. Sentía un nudo en el estómago mientras avanzaba por el 
pasillo. Era una profesional. Podía hacerlo. No había ningún problema. 
«Míralos a los ojos y no bajes la vista», se recordó a sí misma mientras sacaba su pequeña 
grabadora. Entró en el vestuario y se detuvo en seco. Hombres en diferentes grados de desnudez 
estaban de pie frente a las banquetas o las taquillas abiertas, sacando sus ropas. Mucho músculo y 
sudor. Amplios pechos y espaldas. Unos abdominales espectaculares, un culo y... 
¡Dios del cielo! Se puso roja y los ojos casi se le salieron de las órbitas al ver el tamaño de los 
atributos de Vlad Empalador Fetisov. Jane acabó alzando la vista, no antes de descubrir que lo que 
había oído decir acerca de los hombres europeos era cierto. Vlad no estaba circuncidado, y eso 
suponía un exceso de información respecto a lo que ella deseaba saber. Por un segundo Jane pensó 
en disculparse, pero no podía hacerlo, pues equivaldría a admitir que había visto algo. Le echó un 
vistazo al resto de periodistas deportivos y comprobó que ninguno de ellos se disculpaba. ¿Por qué 
se sentía como si estuviese en el instituto espiando en el vestuario de chicos? 
«Habías visto un pene con anterioridad, Jane. No tiene nada de especial. Si has visto uno, los has 
visto todos... Vale, de acuerdo, eso no es del todo cierto. Algunos penes son mejores que otros. 
¡Para! ¡Deja de pensar en penes! Estás aquí para hacer un trabajo, y tienes tanto derecho a ello 
como cualquier periodista. Es la ley, y tú eres una profesional.» Sí, eso fue lo que se dijo mientras 
se encaminaba hacia los jugadores y los reporteros deportivos, intentando mantener la mirada por 
encima de sus hombros. 
Pero ella era la única mujer en un vestuario lleno de corpulentos, rudos y desnudos jugadores de 
hockey. No podía evitar sentirse fuera de lugar. 
Mantuvo la vista alzada al tiempo que se acercaba al periodista que estaba entrevistando a Jack 
Lynch, el extremo derecho que había marcado el único gol de los Chinooks. Sacó su cuaderno al 
tiempo que el jugador se quitaba los calzoncillos. Estaba segura de que debía de llevar calzoncillos 
largos, pero no estaba en disposición de comprobarlo. «No mires, Jane. Pase lo que pase, no bajes la 
vista», se dijo. 



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