miércoles, 7 de septiembre de 2011

Saga Bridgerton 3: Te doy mi corazón de Julia Quinn

Te doy mi corazón






Como en el cuento de Cenicienta, Sophie ve una noche cumplirse su sueño. A espaldas de su madrastra, se viste como una reina y acude al baile de disfraces más importante de Londres. 
Lo que es más, consigue captar la atención de Benedict Bridgerton, el soltero más atractivo y encantador de la reunión. Sin embargo, pronto vuelve a enfrentarse a su cruda realidad, la de una hija ilegítima, pobre y sin recursos. 
El destino quiere darle una segunda oportunidad cuando entra a servir en casa de Benedict, aunque él no reconoce en ella a la hermosa joven a la que lleva años buscando. Ella es ahora una simple criada, incapaz de revelarle la verdad. La magia de aquella noche parece perdida para siempre ¿o quizás no?
 


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Es un libro como dice el argumento muy estilo cenicienta, pero una versión mucho más adulta. Un buen libro para pasar un tarde de invierno leyendo cómodamente en el sofá. Muy entretenido.



_Ven conmigo. 
Sophie se dejó llevar los tres tramos de escalera hasta su habitación, un diminuto cuarto 
metido bajo el alero. La señora Gibbons actuaba de modo muy peculiar, pero ella le dio en el 
gusto y la siguió. El ama de llaves siempre la trataba con excepcional amabilidad, aun cuando 
estaba claro que Araminta desaprobaba eso. 
_Tienes que desvestirte _le dijo la señora Gibbons al coger el pomo de la puerta. 
_¿Qué? 
_Tenemos que darnos prisa. 
_Pero, señora Gibbons... _se le cortó la voz y se quedó mirando boquiabierta la escena 
que tenía lugar en su dormitorio. 
En el centro había una bañera, humeante del vapor de agua caliente, y las tres criadas 
estaban ocupadísimas alrededor. Una estaba vaciando un cubo de agua caliente en la bañera, otra 
estaba tratando de abrir la cerradura de un arcón de aspecto misterioso, y la otra sostenía una 
toalla, diciendo: 
_¡Deprisa! ¡Deprisa! 
Sophie las miró a todas, desconcertada. 
_¿Qué pasa? 
La señora Gibbons se giró a mirarla y sonrió de oreja a oreja.  
_Tú, señorita Sophie Beckett, vas a ir al baile de máscaras. 


(...)



Casi había salvado la distancia que los separaba cuando oyó detrás de él un ronco 
murmullo de susurros que se iba propagando por el salón de baile. Debía continuar caminando 
para acabar de una vez con ese baile obligado, pero, misericordia, Señor, su curiosidad pudo más
y se giró a mirar. 
Y se encontró mirando a una mujer que tenía que ser la más impresionante que había 
visto en toda su vida. 
Ni siquiera sabía si era hermosa. Su cabello era de un rubio oscuro bastante corriente, y
con su antifaz bien atado detrás de la cabeza, no le veía ni la mitad de la cara. 
Pero había algo en ella que más o menos lo hipnotizaba. Era su sonrisa, la forma de sus
ojos, su prestancia, su manera de mirar el salón de baile como si jamás hubiera tenido una visión
más gloriosa que la de los tontos miembros de la alta sociedad, todos vestidos con ridículos 
disfraces. 
Su belleza irradiaba de dentro. 
Brillaba. Resplandecía. 
Era una mujer absolutamente radiante, y de pronto Benedict comprendió que eso se 
debía a que parecía condenadamente feliz. Feliz de estar donde estaba, feliz de ser quien era. 
Feliz de una manera que él escasamente recordaba. La suya era una buena vida, cierto,
tal vez incluso una vida fabulosa. Tenía siete hermanos maravillosos, una madre amorosa, y 
veintenas de amigos. Pero esa mujer... 
Esa mujer conocía la dicha. 
Y él tenía que conocerla a ella. 

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