jueves, 1 de septiembre de 2011

Saga Wallflowers 4: Escándalo en primavera

Escándalo en primavera


Después de pasar tres temporadas en Londres buscando un marido para su hija, el padre de Daisy Bowman- la última de las Wallflowers aún soltera- le advierte, de forma clara y contundente, que si no consigue encontrar de inmediato un esposo apropiado, tendrá que contraer matrimonio con el hombre que él ha escogido para ella, que no es otro que el frío y distante Matthew Swift.

El argumento del libro no llama mucho la atención. Yo al principio estaba desilusionada por el personaje masculino (la clave de mi comentario está en el tercer libro de esta saga), pero conforme iba leyendo fui modificando mi opinión. Es un libro muy tierno. A Matthew se le toma mucho cariño y ella, al igual que su hermana, es una caja de bombas. Te diviertes mucho con este libro y el final me encantó.



—Por favor —dijo ella.  
Swift la miró. 
—Por favor —repitió Daisy. 
Ningún caballero podría decir que no a una dama que había rogado dos veces.  
Murmurando entre dientes, él volvió a dejar la cesta en el suelo. 

Una amplia sonrisa se dibujó en los labios de Daisy.  
—Gracias —dijo. 
Sin embargo, dejó de sonreír cuando él comentó.  
—Pero me debe usted algo por esto. 
—Naturalmente —replicó ella—. No esperaba que usted hiciera algo a cambio 
de nada. 
—Y cuando le reclame el favor, no vaya siquiera a pensar en negarse, sin 
importar lo que sea. 
—Dentro de lo razonable. No voy a casarme con usted solo porque ha rescatado 
a un pobre ganso. 
—Créame —le dijo él con seriedad—, el matrimonio no será parte del trato. —
Empezó a quitarse el abrigo, no sin dificultad, porque estaba mojado, revelando sus 
amplios hombros. 

—¿Q-qué está usted haciendo? —Daisy abrió mucho los ojos. 
Su boca hizo una mueca de exasperación.  
—No voy a dejar que ese bicho arruine mi abrigo. 
—No tiene que armar tanto escándalo por algunas plumas en su abrigo. 
—No son las plumas lo que me  preocupa —dijo secamente. 
—¡Oh! —Daisy luchó por refrenar una sonrisa. 
Lo observó quitarse el abrigo y el chaleco. Su camisa blanca se adhería a su 
cuerpo, al estar mojada era casi transparente, se pegaba a su musculoso abdomen y 
desaparecía debajo de la cinturilla de sus pantalones. Las mangas se tensaban sobre 
sus hombros y la superficie poderosa de su espalda. Colocó su ropa cuidadosamente 
sobre la cesta para que no se ensuciara. Una leve brisa jugaba con su cabello, 
alborotándole el flequillo. 
Lo absurdo de la situación... El ganso, Matthew Swift mojado y en mangas de 
camisa... puso una sonrisa nerviosa en los labios de Daisy. Se tapó la boca, pero se le 
escapó de todos modos. 

El sacudió la cabeza, y una sonrisa iluminó su cara. Daisy se percató de que sus 
sonrisas nunca duraban mucho tiempo, se esfumaban tan rápidamente como 
aparecían. Como una estrella fugaz, un fenómeno breve y extraordinario. 
—Si usted le cuenta esto a alguien, pequeña pícara... me las pagará. —Las 
palabras eran amenazadoras, pero algo en su tono... un toque de sensualidad... 
produjo un escalofrío en su espina dorsal. 
—No pienso decírselo a nadie —dijo Daisy con un jadeo—. Saldría tan mal 
parada como usted. 

Swift metió la mano en su abrigo, extrajo una pequeña navaja y se la pasó. ¿Era 
su imaginación, o sus dedos se demoraron en su mano más de lo necesario? 
—¿Para que es esto? —preguntó con inquietud. 
—Para cortar el hilo de la pata, tenga cuidado, esta muy afilado, no me gustaría 
que cortara una arteria por casualidad. 
—No se preocupe, no le haré daño. 
—Me refería a mí, no al ganso. —Miró al impaciente animal—. Si te pones 
difícil —le dijo al ganso— serás paté antes de la hora de la cena. 
El ave levantó las alas amenazadoramente para parecer más grande. 
El dio un paso en su dirección y adelantó un pie para frenar su libertad de 
movimientos. La criatura aleteó y graznó, se quedó quieto un momento antes de 
lanzarse sobre él. Entonces Swift lo agarró con fuerza, perjurando mientras trataba de 
evitar el poderoso pico. Una nube de plumas se elevó en el aire. 
—No lo ahogue —gritó Daisy, al ver que Swift lo agarraba del pescuezo. 

La réplica de Swift se perdió por el forcejeo y los bocinazos del ganso. De algún 
modo, Swift consiguió  contener al ave hasta que fue una mole retorciéndose en sus 
brazos. Despeinado y cubierto de plumas, miró furioso a Daisy. 
—Terminemos de una vez, corte el hilo de pescar —rugió él. 
Ella obedeció a toda prisa, poniéndose de rodillas a su lado. Mientras él lo tenía 
agarrado, con cuidado, ella cogió el pie fangoso del animal, el ganso graznó y dio un 
tirón a su pata. 
—Vamos mujer, no sea tan delicada —escuchó decir a Swift con impaciencia—. 
Agarre la pata y hágalo ya. 
Si no fuera por las treinta libras de ganso furioso que había entre ellos Daisy 
habría mirado enfadada a Matthew Swift. En cambio, agarro la pata con firmeza y 
pasó la punta del cuchillo por el hilo cuidadosamente. Swift tenía razón, la hoja 
estaba perversamente afilada. Con un solo movimiento lo cortó limpiamente en dos. 
—Ya está —dijo triunfalmente, cerrando la navaja—. Puede soltar a nuestro 
amigo emplumado, señor Swift. 
—Gracias —fue su réplica sardónica. 

Pero cuando Swift abrió los brazos y soltó al ave, esta reaccionó 
inesperadamente, buscando venganza, culpando a su captor de todos sus 
infortunios, la criatura le dio un picotazo en la cara. 
—¡Ay! —perdió el equilibrio y cayó sobre su trasero, mientras se llevaba una 
mano al ojo, el ganso se fue corriendo a gran velocidad con un graznido triunfador. 
—¡Señor Swift! —Daisy gateó sentándose a horcajadas sobre él. Tiró de su 
mano—. Déjeme ver. 

—Estoy bien —dijo, frotándose el ojo. 
—Déjeme ver —repitió, agarrando su cabeza con las manos. 
—Voy a pedir estofado de ganso para cenar —farfulló, dejando que girara su 
cara hacia ella. 
—Usted no hará semejante cosa. —Daisy inspeccionó la pequeña herida sobre 
la ceja y usó su manga para secar una gota de sangre—. Es de mala educación 
comerse a alguien después de salvarle la vida. —Un temblor de risa se reflejó en su 
voz—. Afortunadamente el ganso tenía mala puntería. Creo que no se le pondrá el 
ojo morado. 
—Me alegra ver que usted encuentra esto divertido —farfulló—. Está usted 
cubierta de plumas, ¿sabe? 
—Usted también. —Su pelo estaba lleno de pelusas blancas y plumas grises. A 
Daisy se le escapó la risa, como las burbujas que escapan de la superficie de una 
charca. 







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